Félix Miranda Quesada
Todos los que en alguna fase de
nuestra vida o en alguna de nuestras actividades dependemos jerárquicamente de
alguien, nos enfrentamos en ocasiones con la necesidad de solicitar permiso
para realizar alguna actividad o para dejar de realizarla. En el ámbito
laboral, eso suele estar regulado por alguna ley o reglamento que establece los
procedimientos a seguir; en otros casos, como en la dependencia de los padres o
en el ámbito religioso, la obediencia y sujeción se rigen por normas morales,
de respeto, reconocimiento y en los casos más extremos por motivos de fe. Por otra
parte, cuando tomamos la decisión de solicitar un permiso, pudiera ser que éste
sea para atender cosas que revisten carácter de urgencia real o que se trate
solo del deseo de satisfacer un gusto que podría ser pospuesto para atenderse
en otra oportunidad.
Curiosamente, cualquiera que sea
el caso, la verdad es que, casi siempre que solicitamos un permiso lo hacemos
con la expectativa y la mentalidad de que éste nos debe ser concedido, que la
respuesta será afirmativa y conveniente para nuestros intereses, sin considerar
otras circunstancias diferentes a las nuestras y que son inherentes a los
intereses de la organización, de nuestros padres o de la persona que lo debe
conceder. Ante esta actitud y acondicionamiento mental, es probable que una
negativa, por razones especiales, a nuestra petición, nos cause desconcierto,
malestar y hasta nos lleve a un estado de enfermedad de algún tipo e, incluso,
al enojo con reacción negativa contra quien deniega el permiso.
¿Qué hacer?
Se debe tener claro, en primer
lugar, la urgencia del permiso que solicitamos y, en consecuencia, estar preparados
mentalmente para cualquiera que sea la respuesta de quien tiene la competencia
o autoridad para concederlo, actuando con ecuanimidad y serenidad ante
cualquier circunstancia.
En segundo lugar se debe ser
transparente a la hora de la petición. A la mayoría de jerarcas y personas que
tienen algún grado de mando les gusta la sinceridad de las personas ante este
tipo de peticiones; incluso, sería saludable que se informara de la urgencia o
no de la situación. Es muy difícil que, de no existir razones de mucho peso,
aún en los casos de que la causa de solicitud de un permiso no revista carácter
de urgencia, nos denieguen un permiso, cuando éste se solicita con
transparencia y honestidad.
Por último, es importante valorar
las implicaciones o consecuencias de nuestra actuación ante la negativa en la
solicitud de un permiso; no solamente de las consecuencias personales como podría
ser la pérdida de algún beneficio inmediato o futuro, sino también las
consecuencias para la organización o persona a las cuales nos debemos, ya sea
laboralmente o moralmente.
No enojarse cuando las respuestas no satisfacen nuestros deseos
Un ejemplo
Para ejemplificar las reacciones que
se pueden presentar cuando se nos contraría por no cumplirse las cosas de
acuerdo con nuestro deseo, he aquí un ejemplo. En una ocasión el pueblo de
Israel se acercó a Jeremías con una petición para que el profeta consultara a
Dios por ellos, y lo hicieron en los siguientes términos:
“Vinieron todos los oficiales de
la gente de guerra, y Johanán hijo de Carea, Jezanías hijo de Osaías, y todo el
pueblo desde el menor hasta el mayor, y dijeron al profeta Jeremías: Acepta
ahora nuestro ruego delante de ti, y ruega por nosotros a Jehová tu Dios por
todo este resto (pues de muchos hemos quedado unos pocos, como nos ven tus
ojos), para que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que
hemos de hacer. Y el profeta Jeremías les dijo: He oído. He aquí que voy a orar
a Jehová vuestro Dios, como habéis dicho, y todo lo que Jehová os respondiere,
os enseñaré; no os reservaré palabra. Y ellos dijeron a Jeremías: Jehová sea
entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si no hiciéremos conforme
a todo aquello para lo cual Jehová tu Dios te enviare a nosotros. Sea bueno,
sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos,
para que obedeciendo a la voz de Jehová nuestro Dios nos vaya bien. ” (Jeremías
42: 1-6 – La Biblia).
Una vez que Jeremías hubo
consultado a Dios en su calidad de profeta, llevó la respuesta al pueblo, en
los siguientes términos:
“Y llamó a Johanán hijo de Carea
y a todos los oficiales de la gente de guerra que con él estaban, y a todo el
pueblo desde el menor hasta el mayor; y les dijo: Así ha dicho Jehová Dios de
Israel, al cual me enviasteis para presentar vuestros ruegos en su presencia: Si
os quedareis quietos en esta tierra, os edificaré, y no os destruiré; os
plantaré, y no os arrancaré; porque estoy arrepentido del mal que os he hecho. No
temáis de la presencia del rey de Babilonia, del cual tenéis temor; no temáis
de su presencia, ha dicho Jehová, porque con vosotros estoy yo para salvaros y
libraros de su mano; y tendré de vosotros misericordia, y él tendrá
misericordia de vosotros y os hará regresar a vuestra tierra. Mas si dijereis:
No moraremos en esta tierra, no obedeciendo así a la voz de Jehová vuestro
Dios, diciendo: No, sino que entraremos en la tierra de Egipto, en la cual no
veremos guerra, ni oiremos sonido de trompeta, ni padeceremos hambre, y allá oraremos;
ahora por eso, oíd la palabra de Jehová, remanente de Judá: Así ha dicho Jehová
de los ejércitos, Dios de Israel: Si vosotros volviereis vuestros rostros para
entrar en Egipto, y entrareis para morar allá, sucederá que la espada que
teméis, os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre de que tenéis
temor, allá en Egipto os perseguirá; y allí moriréis”. (Jeremías 42:8-16 – La Biblia).
Aparentemente, esa no era la
respuesta que el pueblo esperaba, por lo que, su reacción no se hizo esperar y
le dijeron a Jeremías:
“Aconteció que cuando Jeremías
acabó de hablar a todo el pueblo todas las palabras de Jehová Dios de ellos,
todas estas palabras por las cuales Jehová Dios de ellos le había enviado a
ellos mismos, dijo Azarías hijo de Osaías y Johanán hijo de Carea, y todos los
varones soberbios dijeron a Jeremías: Mentira dices; no te ha enviado Jehová
nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto para morar allí, sino que Baruc
hijo de Nerías te incita contra nosotros, para entregarnos en manos de los
caldeos, para matarnos y hacernos transportar a Babilonia. No obedeció, pues,
Johanán hijo de Carea y todos los oficiales de la gente de guerra y todo el
pueblo, a la voz de Jehová para quedarse en tierra de Judá”. (Jeremías 43: 1-4 –
La Biblia).
NOTA:
Este artículo no tiene un enfoque religiosop; he tomado el pasaje bíblico como ilustración del tema central del mismo.